Me esperaste, como aquel pueblo vencido, apagándose poco a poco la vida de cada una de sus casas, haciendo caso omiso a la historia, a los verdugos que roban misas, que hieren con sus patrañas.
Me esperaste, como el amor añejo que recoge lo devastado, con una sola petición: que hiciera de mi poesía mi más fiel aliado.
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