No es precisamente lo que nos dicen nuestros padres desde pequeños. Pero, ¿desde cuándo hace falta que lo expresen con tanta claridad? Basta con observarlos, ver sus expresiones y escuchar sus ideas como para que ese pensamiento nos penetre y nos condicione de por vida.
Hemos recibido de ellos tantas enseñanzas de vida, amor, tiempo y dedicación que resulta normal que no queramos defraudarlos. Por ende, iremos caminando por la vida con esa cruz.
Las consecuencias son a veces muy fáciles de detectar y otras, no tanto. Por mencionar alguna, lo primero que queremos es que estén contentos con nuestro plan de vida; es decir, con ser alguien, estudiar y conseguir un buen trabajo. De este modo, lograremos que se sientan orgullosos. Otras veces, no nos resulta evidente que es por su influencia. Por ejemplo: cuando tenemos una pareja que ellos adoran, pero nosotros no.
Esta situación, nos genera no solo ira por no poder hacer lo que queremos y sentimos, sino un gran vacío. Normalmente no llegamos a manifestarlo, porque los miedos de enfrentarnos con la familia nos paralizan. Así emprendemos una vida en la que conformamos a todos menos a nuestro corazón.
Imaginemos a una persona que estudia abogacía por un mandato familiar, pero en realidad lo que le gustaría es ser cantante. Se asemejaría a una olla a presión. Llegaría un momento de su vida en que dejaría la carrera cansada de tanto sacrificio, somatizaría, se sentiría perdida, llena de odio por el tiempo perdido estudiando algo que no surgía de su corazón y con una gran enemistad familiar.
En principio, nosotros, los hijos, no defraudamos a nuestros padres por una razón muy simple, y es que no somos los responsables de las decisiones e ideas que nuestros padres formaron en su mente respecto de lo que desean para nuestro futuro. Podemos aceptar que sueñen con que tengamos bienestar y estabilidad, pero no que hagamos lo que, de acuerdo con sus experiencias, sus prejuicios y sus emociones, ellos pretenden. Cada uno debe ser responsable por sus pensamientos y por su vida.
Es muy probable que si nos sentimos con la responsabilidad de continuar con el negocio de nuestra familia o de presentar una pareja que sea del mismo nivel socioeconómico que nuestros padres, sean mandatos creados desde el ego y que no han tenido en cuenta lo que realmente sentimos. Un padre sin estrés y que se encuentra “en corazón”, como me gusta decir, seguramente querría solo felicidad, bienestar y salud para sus hijos.
Entonces, no podemos dejar aparte nuestra alegría y la responsabilidad que debemos tener por nuestras emociones, por haber escuchado el ego de nuestros padres. Esto termina siempre en un fuerte rechazo y enojo hacia la familia.
Lo que nos deben enseñar es a valernos por nosotros mismos y a cumplir nuestro karma. Todos llegamos a este mundo con una misión, tenemos una leyenda personal que cumplir y solo podremos hacerlo si escuchamos a nuestro corazón. Debemos ser libres y tener el coraje y la fuerza de voluntad para cumplirlo. Hay personas que llegan a este mundo teniendo que ser excelentes médicos, otros muy buenos jardineros, futbolistas, pintores, guitarristas, etcétera. No importa si está bien visto o no, si da dinero o no, todos llegamos con un sueño. Y si realmente queremos sentirnos inspirados y realizados debemos, pues, conectarnos con nuestro Ser y buscarlo con convicción.
Continúa disfrutando de la lectura del Best Seller Quitando capas de la cebolla en Amazon, iTunes, Google Play o en tu tienda electrónica favorita.