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Gael Rodríguez

Vivir esperando el reconocimiento ajeno


Muchas personas que habitan el planeta en este momento dedican una gran cantidad de esfuerzo mental y de tiempo a la consecución de un diploma, un trofeo o un premio que corrobore que aquello que están haciendo tiene un valor, un reconocimiento. Ponen en cuarentena su alegría, su propia dicha, porque sin la obtención de ese premio su valía se ve mermada. La necesidad del reconocimiento social ha dañado y sigue dañando la estabilidad emocional de muchos. Sucede en todos los ámbitos y esferas.

Cuando tu satisfacción y autoestima sobre lo que haces está hipotecada por el visto bueno o el halago de los demás, de un superior, de un compañero, de un familiar o de un amigo, lo que estás hipotecando es lo más importante que tienes, tu propia libertad y estima. La pregunta es entonces: "¿Por qué necesito que alguien más acredite que soy bueno, capaz, inteligente o especial? ¿Lo que soy ahora mismo no lo es?" Porque si lo que eres en toda su longitud no es suficiente para ti, para tus ojos, nunca te sentirás pleno y satisfecho. La alegría que produce el aplauso de los demás es muy corta, efímera. Sólo satisface a la mente, y ésta, por su propia naturaleza, siempre se siente incompleta y quiere más.

Conforme vamos creciendo se va haciendo cada vez más innecesaria y estéril la búsqueda del reconocimiento ajeno. Cada vez, dicha búsqueda está más bañada de parámetros mentales y mundanos. Con suerte, nos daremos cuenta de ello con cierta antelación. Sería muy triste tener que llegar al final de nuestros días sin habernos desprendido de ello. Puedes permitirte convertirte en un ser libre de esta carga en este mismo instante.

¿Quién es el dueño de tu valía?, ¿Quién decide lo bueno o malo que eres?

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