A veces me hace bien reconocer mis derrotas porque entonces ya no pienso ni me pienso, simplemente me entrego y me acepto, comprendo que yo no soy quien se está dirigiendo, que soy una pieza más de un puzle de misterios.
Y entonces, como barquito de un palo, falucho desmigado, laúd de contrabando, me dejo llevar por la silenciosa corriente, río abajo, a la espera de que mi fiel amiga, mi alma trovadora, encandile la ribera de mi proa.
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