Cómo me gustan esos días
en los que el cielo se convierte en promesa,
en los que tu luz, tímida todavía,
baña la serranía de mi horizonte,
asustado por el pasar de los años,
acicalado por el vestigio pardo
de lo que fue una multitud,
con su crudo y virginal verdor.
Cómo me gusta
jugar a la adivinanza,
saborear si es un sí
o es un no,
sentir como la vida
se viste de incertidumbre,
su más fiel vestimenta,
contemplar cómo el infinito
se desnuda de sus ropajes níveos,
de su vestido de nubes enamoradas.
¡Qué sé yo
lo que es la vida!,
si todavía estoy aprendiendo
a bañarme en tus ojos de entereza,
góndolas entusiasmadas
con las que navegar
toda una vida en pureza.