Nos hemos habituado a levantarnos por la mañana y, como autómatas, a conectarnos con una estructura de pensamiento, con cierto frenesí rutinario que repetimos diariamente. Es como si al abrir los ojos volviéramos a enchufarnos con una especie de realidad predestinanda, prefijada. Nos conectamos a esa máquina voraz y, bajo los mismos patrones, entre las mismas lindes, emprendemos un nuevo día. Nos volvemos a subir al trenecito del estrés, a esa corriente de tensión interna, fruto de nuestros pensamientos, que parece que conduce nuestra existencia.
¿Qué es la liberación? La consciente desconexión de ese proceso de esclavitud mental. Cuando decidimos parar el tiempo para reencontranos con el Ser, con el espacio vasto de existencia y de verdad. ¿Cómo podemos acceder a ello? Nada más levantarte, percátate de tus propias inercias, de esa especie de mandato que supone el dictamen inacertado de tus pensamientos y preocupaciones. Hazte consciente de cómo no estás terminando de pensar una cosa cuando ya estás planificando otra.
Para unos minutos para recrearte en paz en algo bello. Observa tu mano, con todos sus hermosos trazos, la textura de la piel, su temperatura. Como otras partes de tu cuerpo, es un bello milagro de la naturaleza de Dios. Descubrirás que nunca antes habías contemplado esto y que, como muchas otras cosas, tu mano estaba siendo una auténtica desconocida para ti.
Esto te centrará y te conectará con tu Ser interior. Te permitirá salir de esas corrientes rutinarias de pensamiento para, desde otra plataforma más equilibrada, certera y armoniosa, afrontar los retos del día. Si afrontas tu día desde la paz de tu corazón, todo lo que vendrá a ti será perfecto y tendrá sentido. No confrontarás y podrás acabar el día en paz, alegre, satisfecho.